Mi sugerencia es que, a través de la observación cuidadosa del software libre y de sus modulaciones, se puede alcanzar una mejor comprensión de las transformaciones que influyen en la pornografía, Wikipedia, las cotizaciones bursátiles y muchas otras cosas maravillosas y aterradoras. Eso sí, para bien o para mal, no incluiré aquí ninguna discusión sobre pornografía. Chris Kelty, Two Bits.
En esta comunicación que presentamos el 4 de junio en el 4esCTS en Salamanca seguimos dándole vueltas a esta idea que contábamos aquí. Nuestra contribución explora las conexiones entre la pornografía y las lógicas colaborativas e innovadoras ligadas a los desarrollos digitales y a los dispositivos abiertos e inacabados, que se engloban bajo las etiquetas “conocimiento libre” o “procomún”.
Con este ejemplo presentamos la propuesta de producir una sociología ordinaria que atiende a la inquietante extrañeza de lo cotidiano e invita a aprender de lo banal, lo frívolo y lo superficial, así como a repensar el imperialismo de lo serio, lo profundo, lo trascendente en la indagación social, tanto en lo relativo a la selección de sus objetos y sujetos como a la validación de las formas de conocimiento. Interesarse por las metodologías, las controversias y la diversidad de tonos, particularmente aquellos considerados ordinarios por una visión académica e intelectual tradicional, puede ayudar a romper inercias que frente a la distancia de la supuesta neutralidad objetivista nos ayuden a comportamos como vecinas de patio (digital y de ladrillo) en nuestras investigaciones (Jane Addams).
A través de las conexiones entre porno, hackeos y formas de conocimiento abierto y compartido puede exponerse la doble manera en que consideramos lo ordinario: lo cotidiano y lo ordenado, lo rutinario y lo que construye ordenamientos sociales, esto es la reconstitución práctica de jerarquías, relaciones de poder y desigualdad. Nuestra propuesta busca también dar cuenta de la complejidad, ambivalencias y perversidad de lo ordinario, frente a las observaciones positivistas recurrentes que identifican lo ordinario y sus modos de conocimiento y existencia con lo simple e ingenuo.
El consumo de porno forma parte de las actividades cotidianas y ordinarias de un gran número de personas, y probablemente la conexión entre Internet y porno haya contribuido a asentar el consumo de porno en la cultura popular contemporánea y sus prácticas banales. Pero a diferencia de otras prácticas cotidianas, sus distintas formas de estigmatización (puritanismo, feminismo antipornografía, discursos religiosos, pánicos morales mediáticos, discursos médicos…) y la persecución legal, como en el caso de la normativa británica reciente que obliga a todos los proveedores de Internet a bloquear por defecto el acceso a todas las webs de porno, dejando el acceso libre sólo a quienes opten por ello, y que prohíbe además todas las representaciones pornográficas consideradas “extremas” (animales, cadáveres, prácticas sadomasoquistas con daño real o que lo parezca), le otorgan un estatus particular que enmascara su carácter ordinario. Lo que se revela también en la dificultad para encontrar datos estadísticos fundados sobre pornografía en Internet (4% sitios y 14% búsquedas en 2010 según Ogas y Gaddam, 2011) y la facilidad con que cifras y porcentajes espectaculares acerca de visitas, búsquedas y número de webs aparezcan en multitud de artículos y posts en la red, sin que nadie parezca preocuparse por la ausencia de referencia a las fuentes de tales datos. La presencia pública de la pornografía es así a la vez objeto de preocupación y metáfora para señalar los límites del espacio público sujetos a continúa negociación y conflicto (Atwood y Smith, 2014).
Desde sus orígenes en razón de este estatus incómodo debido a leyes restrictivas y presiones sociales de distinta índole, la pornografía ha tenido mucho de DIY y apaño (tinkering); sus lógicas consisten en aprovechar los recursos a mano, a menudo saltándose la legalidad. Estos aspectos resuenan con los modos de hacer característicos del software libre, avanzando saltándose lo aburrido, trabajando en beta, haciendo primero y luego ver que pasa.
La pornografía puede ser considerada un motor de innovación mediática: por su celeridad en la adopción de tecnologías (imprenta, fotografía, cine, telefonía, televisión por cable, video, tecnologías precursoras de Internet como el videotexto (Minitel francés) Internet, Internet móvil, sistema de pagos online, streaming, spam, adsl) y por adaptarse “sin miedo” a perder el control sobre modos de producción y distribución que acarrean esos cambios tecnológicos. Estos aspectos no siempre se visibilizan siempre en las arqueologías de los medios. Según el analista australiano Bruce Arnold, la innovación se da porque el porno es un ecosistema en que los participantes están dispuestos o en realidad son forzados (y en este ámbito se da una interesante vinculación entre disposición y obligación) a experimentar y dicha experimentación no está limitada por el sentido común, el buen gusto o la burocracia. En esta articulación recíproca entre pornografía y tecnología, la innovación no siempre es intencional ya que viene dada por la rapidez, improvisación y pragmatismo que caracterizan a muchas de las producciones en ambos entornos.
Participación y colaboración
Nuestra propuesta consiste en pensar desde el porno las lógicas colaborativas, los dispositivos abiertos e inacabados, liberar renunciando al control. En el mundo del software libre, y más aún en el del porno, se asume que el saber está distribuido y que para tener sentido otros/as tienen que participar de un modo u otro. Ninguno de los dos ámbitos tienen sentido si no se da la apropiación activa de los participantes. Nada que ver con la imagen del receptor-consumidor-usuario pasivo. Así uno de los rasgos de esa configuración recíproca entre tecnología y pornografía es la “democratización” de esta última y el desdibujamiento de los límites entre productores, distribuidores y consumidores, en una remediación digital de lo que ya se venía dando con desarrollos tecnológicos previos ligados al vídeo o la prensa. Ejemplo de esto son la distribución comercial de porno casero, el negocio de chats y webcams, de carácter personal o corporativo, la producción comercial de pornografía que imita los códigos estéticos de la producción amateur, las formas de auto-pornificación que imitan la imagineria de la pornografía comercial, etc.
Esto ha tenido como efecto una mayor diversidad y especialización, más innovación y experimentación y mayor desarrollo de comunidades de prácticas. Aunque la ingente heterogeneidad de representaciones y producciones pornográficas, así como su portabilidad y almacenaje discretos, rasgos relevantes de la pornografía desde sus materializaciones previas que sin duda se ha extendido con la red, no es algo estrictamente novedoso. Lo que si es característico de la producción, distribución y almacenamiento digital de las producciones pornográficas es la indagación en formas de ordenación, archivaje y categorización para acomodar la diversidad (géneros, filias, etc.) y orientarse en ella, tanto en las webs comerciales como en los archivos personales. Hay una preocupación compartida con las diversas formas de conocimiento abierto, de manera que las etiquetas, palabras clave del porno in/forman la pornografía dentro de una lógica difusa (fuzzy) que en lugar de separar fantasías y deseos permite flujos y trayectorias entre ellos. Se trata de formas de folksonomy o folksonomías donde la categorización se hace de abajo a arriba, de forma colaborativa por medio de etiquetas simples que describen prácticas, rasgos de los actores como edad o etnia, lugares, objetos, o técnicas de rodaje.
Así también en el porno adquieren protagonismo los prosumidores, y las articulaciones y préstamos mutuos entre profesionales y amateurs, con las ambivalencias de esas formas de actividad que han recibido el nombre de playlabour o fanlabour, donde emergen a la vez poderío, precariedad y explotación. Otro tipo de prácticas, como las formas de autopornificación contemporáneas ligadas a la fotografía digital y a las mediaciones digitales de la sexualidad y el flirteo pueden ser consideradas también parte de estas lógicas de retroalimentación entre formas mediáticas y prácticas cotidianas.
Tanto las comunidades de conocimiento libre como las del porno son ejemplos de públicos recursivos, vitalmente comprometidos con la conservación y modificación material y práctica de los medios técnicos, legales, prácticos y conceptuales de su propia existencia como público. Kelty considera diversas modulaciones de estos públicos (educación, movimientos sociales, audiovisual, etc.) podemos entender al porno como un espacio de modulación de públicos recursivos, comprometidos con la conservación y modificación material, práctica y afectiva de los medios de su propia existencia como públicos. De manera que ambas comunidades apelan a lo común y ordinario, al procomún como estrategia exitosa de construcción de capacidades para un colectivo humano, entendiendo aquí las intensidades sexuales, afectivas y las resonancias carnales del porno como parte de esas capacidades. Ya que uno de los aspectos que las conexiones entre conocimiento libre y pornografía visibilizan es la importancia de lo afectivo, de las formas de enganche y apego, de generar hábitos y ritmos, que caracterizan a ambos fenómenos.
Dispositivos inacabados
La noción de dispositivo inacabado también nos puede servir para entender y pensar ambos fenómenos. El dispositivo inacabado, puede ser un espacio, una herramienta, una idea, una imagen, una propuesta; es abierto y deja espacio al otro para reconfigurarlo y alterarlo, sin imponer modos de uso únicos o criterios de pertenencia rígidos; es replicable y se puede trasladar, traducir y recrear en otros contextos y situaciones, sin establecer claramente un autor-propietario. Pueden entenderse en este sentido las actividades de reciclaje de conceptos, gestos y narrativas que caracterizan tanto a la pornografía como al software libre. El dispositivo inacabado requiere (es decir, necesita y solicita) la participación activa del otro para encontrar un sentido y un uso. Facilitan prácticas, relaciones y procesos. Este carácter inacabado no depende sólo o principalmente de su diseño: apropiaciones, desbordamientos, subversiones. La imagen del dispositivo inacabado se convierte así en lo que enuncia: en un dispositivo inacabado que, siguiendo la intervención de Marga Padilla, “requiere de alguien en el otro extremo de la red que lo retome para que la trama tenga sentido”.
Así entendemos como muestra de este carácter de dispositivo inacabado la disposición de los productores y ditribuidores de pornografía a seguir y colaborar con las audiencias díscolas en lugar de hacerles la guerra, como ocurre con otras industrias culturales y del entretenimiento, aprovechando y potenciando las posibilidades de feedback y conocimiento de la red en un bucle de imitación-remediación de lo amateur y lo profesional, donde las sexualidades cotidianas se revelan también como dispositivo de placer inacabado.
En ambos dispositivos, la pornografía y el conocimiento abierto, son cruciales los encuentros e intercambios con extraños, y desde luego ya sería deseable que la presencia de desconocidas fuera igual de bien acogida en los entornos de conocimiento abierto que en los de piernas abiertas. Si bien en la pornografía la presencia de la heterogeneidad y divergencia (género, etnia, clase, etc.) pueda ser mayor que en los ámbitos del software libre también se encuentran los ordenamientos y jerarquizaciones al uso. Dispositivo abierto y colaborativo no es en si sinónimo de poderío democráticamente compartido ni de ordenamientos que potencian la igualdad, como ponen de manifiesto, por ejemplo, el sexismo de muchas producciones pornográficas, así como el sexismo y difícil encaje de las mujeres en las comunidades de conocimiento libre, como ponen de manifiesto las múltiples polémicas, debates, acosos y troleos, en los espacios, online y offline, de participación y colaboración de estas comunidades, contra las que surgen iniciativas como Ada o Femtechnet.