Llevo días dando vueltas a un post sobre la cultura libre, el conocimiento en abierto y sus implicaciones para la docencia y las instituciones educativas, inmersas también en un cambio de paradigma. El tema no es nuevo. McLuhan lo abordó en “El aula sin muros”, un escueto texto de dos páginas incluido en el volumen del mismo título editado con Carpenter en 1960. En él apunta la ruptura del monopolio del libro en la producción, almacenamiento y circulación del conocimiento y la cultura, subraya el carácter práctico y colaborativo del aprendizaje (se aprende “escuchando, mirando, actuando”) y cuestiona la divisioria entre educación y diversión pues “lo que agrada enseña de modo mucho más efectivo”.
Si me he demorado en escribir no es porque buscara desvelar verdades como puños (¡vaya metáfora!) sino precisamente por estar experimentando lo que el texto señala: me pierdo ensimismada por los territorios a los que me invitan Andrés Jaque, Miguel Mesa y sus colegas; estoy siguiendo un par de MOOCs sobre software libre y conocimiento en abierto; sigo online y offline un Master en comunicación, cultura y ciudadanía digitales, leo a bocados de bits a Marga Padilla o a Gabriela Coleman, llego por twitter a posts y noticias sobre lo que implica el borrador de la nueva Ley de Propiedad Intelectual, al tiempo que me mensajeo con Rubén o hablo por teléfono con Amparo, y me conmociono y emociono con vídeos como RIP Remix Manifesto, que descubro vía @SociologiaNow.
En fin, otros formatos, múltiples conexiones, remezclas y controversias y, sobre todo, pasión. Pasión, deseo y entusiasmo que me contagian la ética hacker y ese mundillo de arquitectos al que apenas me he asomado; una ética comprometida con la apertura, (re)distribución y la circulación del conocimiento, el saber, el deseo, el poder… Y así, husmeando por aquí y por allá intentando entender lo que me rodea, me reconozco en una “conversión” en la que resuena “Becoming a marihuana user” de Becker.
Pero volvamos a la docencia ordinaria en una institución donde se privilegian anacrónica y acríticamente el formato impreso, la clase «magistral» y el saber teórico-experto mientras otras posibilidades se señalan como inapropiadas, superficiales, o sospechosas, desde Wikipedia al uso de ordenadores en el aula. Sí, has leído bien. Según este dictamen de la UCM los estudiantes no pueden utilizar ordenadores en el aula sin el consentimiento expreso del profesor, pues “una lección oral es una obra protegida” y las clases son “lugar o espacio privado por cuanto solo los matriculados pueden asistir a ellas, no siendo posible el acceso al público en general”. He aquí un ejemplo de la estomagante tensión entre instituciones y colaboración a la que se refiere Clay Shirky. Y las instituciones se defienden bajo amenazas a una democracia posible que van mucho más allá de lo que los recurrentes debates sobre las descargas permiten vislumbrar. Y en el mismo bucle se retroalimentan las fronteras entre quienes pueden producir, almacenar y difundir conocimiento y cultura y quienes no, desconsiderándose otras fuentes y saberes, deslegitimando otros usos e interpretaciones, y colándose de rondón la exclusión generada por unas tasas prohibitivas en la universidad pública y una más que deficiente política de becas. ¡Qué de muros!
¿Queremos y necesitamos tantos muros? No lo creo. Y, entonces, ¿qué? ¿Facilitamos enlaces a recursos diversificados para que cada cual pueda dar rienda suelta a su pasión o seguimos restringiendo el saber legítimo a revistas cuyo precio de suscripción esquilma los ya escasos fondos de las universidades públicas y a libros con un solo ejemplar en la biblioteca, que se fotocopiarán, aunque no se lean, en un derroche sin sentido? ¿Requisamos cualquier dispositivo (bolígrafo incluido) que permita a los estudiantes apropiarse de “mi obra”? Si Saussure lo hubiera hecho no existiría su Curso de Lingüística General. ¿Nos conformamos con las herramientas que nos facilita Google bajo convenio con nuestras instituciones o con plataformas virtuales que aun cuando son de código abierto, como moodle, tienen institucionalmente el acceso cerrado por defecto (en toda su literalidad) o indagamos y practicamos otras posibilidades que «rulen», nos diviertan y no comprometan la libertad de acción, expresión, información, asociación, etc.? En definitiva, ¿más muros o menos muros?
bienvenida a la causa 😉
Gracias! Necesitaré acompañamiento y colirio, porque en la pantalla pequeña me estoy dejando los ojos!
No se como se le ocurre dar acceso directo a un informe escaneado de la asesoría Jurídica, manipulado y firmado!!! ¿sabe que consecuencias puede tener eso?…parece mentira!!!!
Me ha encantado tu artículo, Elena. Me parece sensible y valiente. Y plantea como una realidad posible (otra Universidad es posible) la idea de «la uni en la calle», pero sin necesidad de estar al raso, sin necesidad de ser un acto reivindicativo, sino como una filosofía de docencia, de vida. Lo he recomendado a mis amigxs.
Gracias por tu comentario. Todo esto está siendo un gran descubrimiento. Me gusta tu comparación con la uni en la calle. Algo de eso hay. Colaboración, apertura e incertidumbres. En ellas andamos…
Me ha encantado tu artículo, Elena. Me parece sensible y valiente. Y plantea como una realidad posible (otra Universidad es posible) la idea de «la uni en la calle», pero sin necesidad de estar al raso, sin necesidad de ser un acto reivindicativo, sino como una filosofía de docencia, de vida. Lo he recomendado a mis amig@s.
Me ha gustado mucho, estas reflexiones deberían ser más generales. De todas formas, poco a poco los muros van cayendo. Por ejemplo, en Somosaguas ya hay servidores y pc con linux, muy pocos pero ya hay un camino. A ver si, poco a poco las mentalidades van cambiando.
Un abrazo