De etnografías virtuales y nomadismo.

La etnografía virtual es una técnica de investigación social que últimamente se encuentra muy en boga. Popularizada por C. Hine en el afamado Virtual Ethnography, el término fue acuñado por B.L. Mason; no sin levantar pocas controversias. El bagaje simbólico que implica el concepto de “virtual”, junto a la pretensión explícita de desmarcarse de la etnografía clásica, ha propiciado que numerosos autores se hayan decantado por el empleo de términos próximos o afines considerados como menos “conflictivos”, como netnografía (Kozinets; Del Fresno), ciberetnografía (Pearce) o incluso investigación cualitativa o etnografía -a secas- (Markham y Baym), entendiendo que la etnografía es una única técnica independientemente del ámbito en el que se aplique.

 Sin embargo, realizando un ejercicio de honestidad, la revisión de la literatura que ha ido cayendo en mis manos, me ha llevado a erigirme en defensor del término etnografía virtual. Pese a los inconvenientes señalados, es el término más claro entre las alternativas disponibles y, con diferencia, más largamente empleado entre los académicos en activo (y en un campo tan joven el consenso y afianzamiento conceptual es apremiante y necesario).

 ¿Pero que distingue a la etnografía clásica de la etnografía virtual? Siguiendo los postulados de Kozinets en Netnography: Doing Ethnographic Research Online, existirían tres principales diferencias:

  1. Una comunidad online es diferente a una comunidad física en términos de accesibilidad, acercamiento/enfoque y envergadura de potencial inclusión.

  2. La recopilación de los datos es bien diferente, la cantidad de información extraída es mucho mayor (por las facilidades derivadas); el tratamiento de los datos digitales también es susceptible de ser analizado de manera distinta.

  3. En cuanto a las cuestiones éticas, es difícil traducir fácilmente los modos de proceder del trabajo de campo clásico (cara a cara) al medio online.

A modo de conclusión, parece existir un consenso generalizado entre los metodólogos al afirmar que la etnografía virtual tiene ciertas limitaciones (la propia Hine reconoce la problemática derivada de carecer del componente cara a cara). Afortudanamente existen una serie de alternativas; Kozinets propone enfoques combinados, siempre y cuando sea pertinente -y yo apunto posible-, para cubrir estas ciertas limitaciones. Es lo que se ha llamado “blended ethnography”. A juicio de un servidor, la combinación de diferentes métodos de observación (online y offline) nos puede acercar de una manera más exitosa al conocimiento que se pretende adquirir, y es, notablemente, más productivo.

alone, the pure netnography would be partial and incomplete” (Kozinets; 65)

La blended ethnography es un tipo de etnografía a medio camino entre la clásica y la etnografía virtual que recopila datos tanto recogidos cara a cara como mediante interacción online. Un ejemplo clásico es el de Shelley Correl (1995) The Ethnography of an Electronic Bar: the lesbian café, donde la autora realiza una etnografía que combina observación física con trabajo de campo online en un bar lésbico que cuanta con un sistema computerizado de tablón de anuncios (computer bulletin board system).

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Pero haciendo honor al título del artículo, uno de los ejemplos de etnografía virtual mixta (blended ethnography) más interesantes que he observado es el referente a la propuesta de Pearce al estudiar las comunidades virtuales. Una de las características más indicativas que suelen reseñar los autores dedicados al estudio de las comunidades online es su alta dosis de efervescencia y/o mutabilidad. Las comunidades virtuales se transforman constantemente, sus usuarios vienen y van, y muy comúnmente -se afirma- que su vida no es tan prolongada como el de otro tipo de comunidades. Sin embargo ¿es esto tan así? La evidencia empírica que señala Pearce cuestiona algunos de estos postulados. Desde 2004, fecha en la que el juego de rol multijugador masivo URU: Ages Beyond es clausurado, dejando a más de 10.000 jugadores en la estacada, esta autora ha estado estudiando la inter-migración entre comunidades de juegos online (tomando como caso de estudio el ejemplo citado). Parte significativa de estos jugadores se conviertieron de inmediato en refugiados en otras comunidades online como There.com o Second Life. Pearce, siguió a estos jugadores a sus nuevos hábitats y se decidió a acudir a eventos físicos organizados entorno a estas comunidades. Como si de nómadas se trataran, seguir a los usuarios de las comunidades online más allá de la vida y muerte de éstas (y más allá del únicamente espacio online), parece ser una alternativa extremadamente potente que hace emerger una serie de relaciones complejas que entrelazan y articulan distintos nichos del ocio y la vida cotidiana del usuario con las comunidades.

Acerca de hpuente

Sociólogo ordinario y becario FPU en Universidad Complutense de Madrid. Más info: hector.puentebienvenido@gmail.com http://ucm.academia.edu/HéctorPuenteBienvenido
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7 respuestas a De etnografías virtuales y nomadismo.

  1. rubén blanco dijo:

    muy interesantes tus reflexiones, pero subyacente a ellas se encuentra uno de los aspectos más importantes y constitutivos de su propia disciplina, y que tanto les gusta a los antropológos, que es la definición de «campo». cuestión que lleva aparejado un problema epistemológico no menos desdeñable, la tentación «hiper-positivista» que supone ser capaz de abarcar todo el «campo (virtual) de estudio» en tanto que nos creemos observadores omnipresentes y que a nuestro alcance está el registro «inscrito» de todas las actividades a analizar.

    sin lugar a dudas, una de las opciones más interesantes para no caer en esas «trampas» ya clásicas es lo de la «blended ethnography» -ja! como el güisqui 😉 que en buena medida rompe con la dicotomía online/offline:virtual/real… causante en primer grado de los anteriores «pecados» de la investigación 🙂

  2. amparo lasén dijo:

    Vaya se me adelantó Rubén con la pole (http://www.forocoches.com/foro/showthread.php?t=1034443), iba a decir algo parecido, que la cuestión de tener limitaciones es un falso problema y un mal reproche, en el sentido de que todas las investigaciones y métodos las tienen, otra cosa es saber cuáles son los problemas de cada cual e intentar elegir los que más te convengan o ponerte a buscar otras maneras, como intentamos en nuestro proyecto. También quería comentar eso de las comunidades, quizás una de las razones de lo que cuentas de la movilidad o inestabilidad de las comunidades online es que quizás estemos forzando demasiado el uso de este término, esto es, que se le llama comunidad a personas que tienen en común estar presentes en ciertas webs o usar ciertas aplicaciones, o juegos, cuando analizamos prácticas offline no decimos, por ejemplo, la comunidad de los usuarios de la línea de cercanías Madrid-Aranjuez, o la comunidad de las señoras que salen a andar por las tardes al parque de su barrio, el que todas esas personas compartan un espacio y una práctica cotidianamente no hace de ellos ya de por sí una comunidad (en términos sociológicos, antropológicos, bla-bla-bla). Otra cosa es que para ciertos usuarios y en ciertas circunstancias si sea adecuado decir comunidad. Pero me temo que esta batalla esta algo pérdida porque ya hay «consenso y afianzamiento» y la community de los investigadores de Internet y prácticas en red produce communities y communities a todo trapo.

  3. Pingback: De etnografías virtuales y nomadismo | Open ethnography | Scoop.it

  4. Hola Héctor, entras de lleno en el debate y la controversia que se prolonga desde casi dos décadas. Estoy elaborando ahora un manual sobre ‘etnografía de lo digital’. Ahí va mi argumento para esa designación, que discute de camino la propuesta de la ‘etnografía virtual’:

    Las tensiones metodológicas que plantea el estudio de Internet y lo digital han llevado al desarrollo de toda una serie de propuestas durante los últimos tres lustros, como ya he señalado (etnografía virtual, ciberetnografía, etnografía de Internet…). Cada una de ellas señala un objeto diferente: lo virtual, el online, lo digital o el ciberespacio; y una elaboración metodológica que pretende dar respuesta a las tensiones que se generan en su análisis etnográfico. Lo que me interesa destacar de todas ellas es la operación por la cual la singularidad de los objetos de análisis (lo virtual o el ciberespacio) es traducida en un ejercicio de singularización de la metodología. Me explico. Cuando se dice de la etnografía que esta es virtual (etnografía virtual) se señala que aunque mantiene un aire de familia (con la etnografía) es distinta porque transforma sus convenciones: carece por ejemplo de co-presencia física, de residencia compartida, de una estadía prolongada, etc. Christine Hine lo expresa de manera iluminadora al señalar que la etnografía virtual es tal porque es se ocupa de lo virtual y porque es ‘casi’ una etnografía: virtualmente una etnografía. Así que el carácter virtual de los objetos de estudio se traduce en una virtualización de la etnografía; un gesto de exotización metodológica según el cual la singularidad de los objetos requiere de una singularización metodológica.
    De todas las propuestas desde finales de los noventa, la etnografía virtual fue la que tuvo un mayor recorrido y fortuna. Su acuñación como un modo etnográfico distinto tuvo un doble efecto; de un lado el establecimiento de un referente metodológico a través del cual se construyó a un nuevo campo de estudio y una comunidad de investigadores y espacio epistémico (Hine, 2000: 27). Pero tal logro se hizo a costa de distanciar ese espacio epistémico de otra literatura etnográfica con la que podría mantener un fértil diálogo. Mi propósito con la formulación de etnografías de lo digital es abrir ese espacio de diálogo con otros dominios de la etnografía que pueden contribuir a iluminar algunos de las problemáticas que encontramos en el análisis de Internet y las tecnologías digitales, entre ellas me refiero a la etnografía visual, la etnografía de la globalización, la etnografía de los media y las etnografías de la tecnociencia.

    A las etnografías de Internet comienzan a sumarse con el cambio de siglo toda una serie de trabajos sobre tecnologías digitales y fenómenos relacionados con ellas como por ejemplo la telefonía móvil. Las etnografías sobre telefonía que realizan Mizuko Ito y Daniel Miller ilustran cómo dos antropólogos que han comenzado con el análisis de Internet saltan al estudio de otras tecnologías digitales. Aunque el estudio etnográfico de las prácticas mediadas por el teléfono móvil plantea desafíos metodológicos distintos de las etnografías de Internet, Mizuko Ito reconoce que los últimos le sirven de inspiración (Ito, 2005: 4). Tras su etnografía sobre Internet Christine Hine realizará en Systematics as Cyberscience. Computers, Change and Continuity in Science (2008) un estudio sobre las transformaciones en la disciplina académica de la taxonomía como resultad de las prácticas de digitalización. Hine salta de realizar una etnografía virtual en la pantalla a otra etnografía sobre el Museo de Ciencias Naturales de Londres con toda la herencia metodológica que la acompaña. Todos ellos son ejemplos que evidencian la posibilidad de compartir un repertorio metodológico para abordar el estudio de Internet, la telefonía móvil o los procesos de digitalización.

    Etnografías de lo digital señala por lo tanto como su dominio empírico no sólo Internet sino un amplísimo repertorio de tecnologías digitales como la telefonía móvil, los ordenadores portátiles, las cámaras de fotos digitales… En realidad esa ampliación a lo digital cobra aún mayor sentido a partir de los trabajos que evidencian que no es posible estudiar tecnologías aisladas, sino en el contexto de su combinación con otras tecnologías y prácticas. La etnografía de lo digital que planteo pretende señalar por lo tanto un doble desplazamiento con respecto a aproximaciones previas: tanto en su objeto empírico (lo digital) como en su formulación metodológica. Señala lo digital como su objeto empírico indeterminado al tiempo que renuncia a singularizar y exotizar la metodología para tomar como horizonte las convenciones metodológicas de la etnografía. Dicho de una manera sintética, mi propuesta se preocupa por destacar la singularidad de ese dominio empírico e indeterminado que designo como lo digital antes que la aproximación metodológica para su estudio.

  5. Mario C. dijo:

    Hola Adolfo,

    Me parece sugerente el matiz que introduces entre los términos etnografía virtual y etnografía de lo digital, como que en el primer caso ponemos el acento en la cuestión epistemológica mientras que en el segundo nos centramos tal vez más en lo sustantivo, sin dejar de pensar en esa inevitable incidencia que puede tener sobre la realidad material el método al que nos adscribamos. Posiblemente la etnografía de las cuestiones virtuales, o como señala Amparo Lasén, la etnografía del sinnúmero de comunidades virtuales en las que nos movemos y que se generan, ha sido tratada como una subdisciplina o una derivación de la práctica etnográfica clásica, mientras que como indicas en los últimos años al calor del desarrollo de la digitalización, creo que ambas realidades se ‘embeben’ la una a la otra (perdón por el palabro). ¿cuál es ese manual del que hablas en tu comentario?

    • amparo lasén dijo:

      Gracias por tu comentario Mario,creo que cuando dices manual te refieres al texto de Celia Pearce, ya que las otras referencias están indicadas en el texto. Tiene un libro coeditado con otros autores Ethnography and Virtual Worlds (Princeton Press, 2012) y su libro Communities of Play. Emergent Cultures in Multiplayer Virtual Worlds (MIT Press, 2009)

  6. Mario XC dijo:

    Hola Adolfo,

    Me parece sugerente el matiz que introduces entre los términos etnografía virtual y etnografía de lo digital, como que en el primer caso ponemos el acento en la cuestión epistemológica mientras que en el segundo nos centramos tal vez más en lo sustantivo, sin dejar de pensar en esa inevitable incidencia que puede tener sobre la realidad material el método al que nos adscribamos. Posiblemente la etnografía de las cuestiones virtuales, o como señala Amparo Lasén, la etnografía del sinnúmero de comunidades virtuales en las que nos movemos y que se generan, ha sido tratada como una subdisciplina o una derivación de la práctica etnográfica clásica, mientras que como indicas en los últimos años al calor del desarrollo de la digitalización, creo que ambas realidades se ‘embeben’ (perdón por el palabro) la una a la otra. ¿cuál es ese manual del que hablas en tu comentario?

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