5/05/2016, 17.20-18.45
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JUAN CARLOS CASTRO es arquitecto y profesor en la Universidad de Alicante
jc.castro@ua.es
Es una noche de diciembre de 2004, en un descampado de Sueca que hace de aparcamiento para la discoteca Chocolate. Desde su apertura a finales de los años 70, es el primer sábado de cierre para uno de los más longevos templos de la música electrónica distribuidos a lo largo de la carretera CV500 de Valencia. Juan el Nazario, histórico jefe de seguridad de Chocolate, sube las escaleras que lo llevan a la azotea de la discoteca, después de ser despertado a las 3h de la madrugada por la Guardia Civil. Ante sus ojos se despliegan cientos de chocolateros con sus coches, maleteros abiertos y estéreos en los que suenan mixtapes de techno. La discoteca ha cerrado sin previo aviso. A través de sms y radios han decidido manifestarse para que Chocolate no cierre. Juan coge un megáfono y se dirige a los manifestantes, una ciudad sobre ruedas que se ha convertido en un cuerpo social: su deseo se cumplirá y Chocolate volverá a abrir sus puertas.
Esta manifestación a motor es uno de tantos epílogos de la historia del fenómeno de masas conocido como la Ruta del Bakalao. A lo largo de 72 horas, la Albufera de Valencia se veía transformada en una especie de micro estado del ocio, el placer y el deseo en el que una sociedad nómada, utópica y ajena a los cánones racionales y funcionales de la sociedad contemporánea, se entregaba en cuerpo y alma a sus ritos, música y subcultura.
¿Pero cómo se colonizó una extensión de 40 km de territorio de barro y arrozales? ¿Qué agentes fueron los que dieron pie a la mutación de las barracas y secaderos de arroz en infraestructura del ocio, los descampados en lugares de relación social y las 72 horas del fin de semana en un espacio temporal de emancipación juvenil sin precedentes?
Este trabajo es una aproximación al estudio del coche como dispositivo fiestero total dentro de la cultura Bakala: el agente colonizador y transformador de un territorio agrícola natural y salvaje. El R5 Copa Turbo, el Opel Manta, el Ford Fiesta o el Seat Ibiza, se convirtieron en una suerte de multiespacio mínimo móvil capaz de transformar y extender el espacio propio de la fiesta al territorio y con ello a múltiples formas de habitarlo. Desde la formación de colonias sociales de la juerga en los aparcamientos de extensión prácticamente infinita de las discotecas de la Ruta, pasando por su capacidad de mutar en cabina improvisada de Dj, tarima para gogós espontáneos, espacio VIP, dispensario de droga o lugar de encuentros sexuales.
De esta manera el coche se descubre como uno de los agentes que más información pueden aportar sobre las prácticas espaciales que dieron pie al mayor movimiento musical de la historia de la cultura española. Agente emancipador, colonizador y a la vez Caballo de Troya de la propia Ruta: una infraestructura del ocio y el placer que se vio truncada principalmente por los controles de alcoholemia, dispositivo de control territorial que utilizó la DGT para acabar con esa micro-utopía del placer que supuso la Ruta del Bakalao.