La fragilidad de lo imposible: trauma y placer

Sesión Emociones en pantalla
14/05/2015, 10.00-11.30

LUCÍA SELL-TRUJILLO es profesora de EUSA Centro Universitario, Universidad de Sevilla.
Contacto: luciasell@us.es

MAR GARCÍA RANEDO es profesora del departamento de Dibujo de la Facultad de Bellas Artes en la
Universidad de Sevilla.
Contacto: ranedomar@gmail.com

El trauma puede definirse como una lesión invisible que se percibe a través de sus conductas disociadas. Freud lo explica como la respuesta del organismo a una excitación excesiva del mundo sobre el ego, donde el sujeto se encadena a la búsqueda de la experiencia con la intención de dominarla, de reducir su carga emotiva. El trauma se revela como un acontecimiento severo, que se da en la extremidad del sistema. De tal forma que la precisión del dolor se establece, paradójicamente, difluente en el caudal de la comunidad o del sujeto doliente. El efecto es el mismo a la precisión de la bala y el radio de destrucción; es decir, su dispersión. En este estado lo traumático, como lo traumado, se vuelven inobjetables e inconsolables cuando no terminales.
En la raíz de todo trauma está la falla estructural, aquella distinción básica entre lo real y lo ficticio, lo simbólico y lo imaginario. En sus múltiples registros, a través del arte o el psicoanálisis, los traumas se expresan como experiencias colectivas. En el espacio de la representación cultural, el concepto nos remite a un pasado oscuro, Auschwitz, marcado como línea fronteriza a partir de la cual el significado de la palabra adquiere otra dimensión. El psicoanálisis explicaba cómo sus síntomas desaparecían cuando el evento causante era descrito. Su elaboración discursiva actuaba a forma de catarsis. En lo social, los traumas esconden el equilibrio, se nutren de bloqueos y posiciones existenciales que se trasforman en excesos como medio de conexión vital. Se expresan en sujetos malgastados o apasionados y representan eventos simbólicos que recrean la intensidad de un momento tan cercano a la vida como a la muerte.
La sociedad manifiesta estos excesos a través de modelos excéntricos que nos llevan a amortiguar el dolor. Cuando lo doloroso, lo abyecto, o lo traumático se re/presentan en imágenes, lo visual es una suerte de mediación entre lo real y lo simbólico. Representar el dolor es un tropo posmoderno, una reiteración, un modelo de lo atroz que apenas ya es significante en su aliteración. Son muchos los artistas que han experimentado el trauma como discurso: Kara Walker con el trauma como testimonio de raza, Louise Bourgeois con su Arch of Hysteria, Nan Goldin nos devuelve sus experiencias emocionales en fotografías, Maclndoe da cuenta de su adicción a las drogas. La imagen fotográfica ha pasado a ser un ámbito para la exploración y el testimonio traumático. La paradoja del sujeto es su propia imposibilidad de alcanzar su propia subjetividad, su esencia, a través de acercamientos intensos. Estas expresiones traumáticas, estas fallas del sistema son validadas por la sublimación del dolor como expresión o como negación del placer. La basura, el azulejo blanco de un baño público, la cercanía de lo decrépito, la presencia de la coca como muestra última de un exceso de placer ejemplifican las “lacras”, donde el poder de crispación es proporcional a la turbiedad del acontecimiento mostrado.

 

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