20/05/2023, 17.30-18.30
En los últimos años uno de los temas recurrentes en los debates públicos es el de la salud mental, conduciendo a iniciativas de distinta índole, desde la lucha contra el estigma que suponen las enfermedades mentales hasta el enfoque en la relación de la salud mental con la precariedad o la destrucción de las estructuras comunitarias. Respuestas para atajar la «verdad incómoda» de que nuestras «sociedades del bienestar» no solo no han sabido contener el malestar psíquico, sino que tienen en este uno de los principales señalamientos de que el sistema no funciona.
En paralelo, gracias al avance de los grupos de apoyo mutuo y el activismo loco se conoce cada vez más la relación entre las disciplinas psi y el ejercicio de diferentes violencias. La psicología crítica ya no es una cuestión minoritaria: un gran porcentaje de profesionales destaca tanto en su labor asistencial como en la divulgativa la debilidad del sistema diagnóstico, la patologización de las dificultades cotidianas o la terapeutización de los conflictos estructurales.
No obstante, cada vez más comunidades se reúnen en las redes sociales en torno a estos diagnósticos; ya sea una vez recibidos, sobre todo en diagnósticos tardíos, como a partir de las sospechas de encajar con los criterios en caso de no poder pagar dicha valoración, que no en pocos casos resulta ser inaccesible (tanto por la falta de recursos públicos como por el elevadísimo coste, sobre todo en ciertas cuestiones infradiagnosticadas, a lo que se suma la imbricación entre neurodivergencia, problemas psicológicos y pobreza).
Cabe por tanto preguntarse cómo de legítima es la voluntad de desmantelar un sistema de diagnóstico que con todos sus fallos, riesgos, y estigmatización sigue siendo una vía de acceso imprescindible tanto a conocimiento experto en primera persona como a determinadas ayudas para encajar en un contexto a priori hostil.
E incluso, por qué no decirlo, a la legitimidad para seguir desplegando conductas que hasta que no resultan así categorizadas pretenden ser enmascaradas o extinguidas, no en todos los casos para beneficio de quien las realiza sino más bien como una forma de desplazar la incomodidad que genera en el entorno la innegable presencia de lo diverso hacia el interior de quienes se atreven a salirse del estándar neurotípico.
Esta comunicación plantea un diálogo entre el conocimiento experto y el técnico, trabajando desde el concepto de incomodidad para analizar en qué medida pueden estas contradicciones utilizarse para desplazar los marcos bajo los que pensamos en nuestras formas de pensar, sentir y hacer.