<vídeo>
Sesión Vivo cantando
08/05/2014, 16.00-17.00
08/05/2014, 16.00-17.00
I’m a freak, uno de los últimos videoclips de Enrique Iglesias, ha suscitado un curioso debate moral en algunos medios de comunicación. Se le acusa fundamentalmente de objetivar y degradar a la mujer al presentarla como mero medio de satisfacción sexual. El vídeo en cuestión escenifica una fiesta en la que Enrique aparece rodeado de mujeres semidesundas que le manosean, hacen twerking y morritos y sólo se tematizan como mero fondo o atrezzo. La mujer, es cierto, sólo aparece como elemento impersonal de una escenografía sexualizante. Sobra decir que consideramos que este tipo de análisis y críticas resulta pertinente. Sin embargo, no nos parecen las únicas, ni siquiera las más productivas desde el punto de vista de la exuberancia interpretativa que ofrece el trabajo poético y musical de Enrique Iglesias. ¿Qué nos dice la obra de Enrique Iglesias? ¿Qué referencias convoca? ¿Qué operaciones pone en juego? ¿Qué hace? Estas preguntas, que a primera vista pueden parecer demasiado abstractas, revelan a la postre la existencia de una compleja construcción simbólica relativa a experiencias afectivas, existenciales y teológicas. Aprovechando la reciente polémica, nos gustaría formular dichas preguntas con el rigor y la seriedad que ellas mismas exigen.
Nuestro primer acceso a la obra de Enrique Iglesias es de orden estético. Hace algún tiempo nos cruzamos con algunas entrevistas que había colgadas en youtube y nos sentimos atraídos por algunos rasgos de su carácter, tras lo cual comenzamos a escuchar su música, y a discutirla en las redes sociales, con la pasión de un fan y los oídos de un filósofo y un sociólogo. Encontramos en primer lugar la existencia de una tópica, de una serie de temas recurrentes y de un tono relativamente coherente a lo largo de su trayectoria. Enrique, como sujeto a la vez de la enunciación y del enunciado de sus canciones, no suele “quedarse con la chica”, canta al amor frustrado, imposible o fracasado (no hay una aproximación genérica, sino una tematización específica del amor romántico); ridiculiza, ironiza o al menos instaura una cierta distancia o un extrañamiento respecto de sus propios sentimientos (autoconciencia de sí); bascula entre la autocompasión y la aceptación afirmativa de su propia tragedia (estoicismo cristiano).
Encontramos por tanto elementos tragicómicos y esperpénticos, así como una cierta épica del antihéroe. Pero aún más llamativo es su fijación con la esfera teológica, que aparentemente constituye un hilo conductor de su trabajo, así como un enlace consistente para la pluralidad tópica anteriormente expuesta. Hay una constante en el vínculo entre el deseo erótico y la experiencia religiosa, ampliamente visible en hitos como Experiencia religiosa o Rythm divine y dosificada implícita y explícitamente de principio a fin. En la tradición intelectual, este vínculo es patrimonio eminente de la mística española. Frente a la distinción platónica entre el cuerpo y el alma y la consiguiente supeditación del primero a la segunda, Teresa de Ávila, Juan de la Cruz o Ignacio de Loyola reivindican la necesidad de los sentidos, de la dimensión corporal-afectiva en el camino de la contemplación como forma superior de comunión entre la criatura mortal y su divino creador. Enrique Iglesias explicita, como los místicos, el engarce entre la dimensión sensual y la dimensión contemplativa, entre el amor como operación del cuerpo y el amor como operación del alma. Y no sólo lo enuncia como tal, sino que lo presenta como algo problemático.
Por tanto, tras caracterizar la obra de Enrique Iglesias sobre el trasfondo de la mística española, queremos plantear cuestiones en torno a posibles encarnaciones de un misticismo sensualista en prácticas, discursos, rituales e instituciones de la vida cotidiana contemporánea.
Nuestro primer acceso a la obra de Enrique Iglesias es de orden estético. Hace algún tiempo nos cruzamos con algunas entrevistas que había colgadas en youtube y nos sentimos atraídos por algunos rasgos de su carácter, tras lo cual comenzamos a escuchar su música, y a discutirla en las redes sociales, con la pasión de un fan y los oídos de un filósofo y un sociólogo. Encontramos en primer lugar la existencia de una tópica, de una serie de temas recurrentes y de un tono relativamente coherente a lo largo de su trayectoria. Enrique, como sujeto a la vez de la enunciación y del enunciado de sus canciones, no suele “quedarse con la chica”, canta al amor frustrado, imposible o fracasado (no hay una aproximación genérica, sino una tematización específica del amor romántico); ridiculiza, ironiza o al menos instaura una cierta distancia o un extrañamiento respecto de sus propios sentimientos (autoconciencia de sí); bascula entre la autocompasión y la aceptación afirmativa de su propia tragedia (estoicismo cristiano).
Encontramos por tanto elementos tragicómicos y esperpénticos, así como una cierta épica del antihéroe. Pero aún más llamativo es su fijación con la esfera teológica, que aparentemente constituye un hilo conductor de su trabajo, así como un enlace consistente para la pluralidad tópica anteriormente expuesta. Hay una constante en el vínculo entre el deseo erótico y la experiencia religiosa, ampliamente visible en hitos como Experiencia religiosa o Rythm divine y dosificada implícita y explícitamente de principio a fin. En la tradición intelectual, este vínculo es patrimonio eminente de la mística española. Frente a la distinción platónica entre el cuerpo y el alma y la consiguiente supeditación del primero a la segunda, Teresa de Ávila, Juan de la Cruz o Ignacio de Loyola reivindican la necesidad de los sentidos, de la dimensión corporal-afectiva en el camino de la contemplación como forma superior de comunión entre la criatura mortal y su divino creador. Enrique Iglesias explicita, como los místicos, el engarce entre la dimensión sensual y la dimensión contemplativa, entre el amor como operación del cuerpo y el amor como operación del alma. Y no sólo lo enuncia como tal, sino que lo presenta como algo problemático.
Por tanto, tras caracterizar la obra de Enrique Iglesias sobre el trasfondo de la mística española, queremos plantear cuestiones en torno a posibles encarnaciones de un misticismo sensualista en prácticas, discursos, rituales e instituciones de la vida cotidiana contemporánea.
Vicente Muñoz-Reja
Es investigador predoctoral en el Departamento de Filosofía de la Universidad Autónoma de Madrid. Dedica su investigación académica a la historia de la ontología moderna y contemporánea allí donde se cuestiona la prioridad del juicio, la subjetividad y el objeto representado. Tiende a pensar que lo que mejor se le da a la filosofía es hacer de cualquier cosa un problema. En consecuencia, aboga por una filosofía de cualquier cosa..
Carlos López Carrasco
Es investigador predoctoral en la UCM (Departamento de Sociología V). Está interesado en el estudio de lo emocional, la experiencia del trabajo, los movimientos sociales, etc. Concretamente, realiza su tesis sobre la experiencia y gestión del estrés en los primeros años de trabajo de consultores y teleoperadores. Además, le da vueltas a otros temas, no menos importantes, como las divas pop, el baile, o las fantasías sexuales.
alguien tenía que decirlo…