Sesión Si no puedo revolucionar no es mi baile
11/05/2017, 18.00-18.45
RESUMEN: «Eh, tengo una idea genial. Montamos una fiesta en el Ku’damm, la inscribimos como mani y la llamamos Love Parade. En Inglaterra tienen el Summer of Love, y hacen algo parecido». En julio de 1989, esta idea del mítico Dr Motte dio lugar en Berlín Occidental al primer Love Parade, una fiesta de baile concebida como un pasacalles, para lo cual sus impulsores decidieron declararla como manifestación política. Pese a que su lema era tan inocuo como el de «Paz, Alegría, Tortitas» semejante evento acabó convirtiéndose en uno de los primeros experimentos (otros lo serían Reclaim the Streets en Reino Unido y la frivolidad táctica del altermundialismo en la década siguiente) de una práctica protagonizada por masas híbridas, que pese a su aparente frívolo hedonismo, como han señalado Amparo Lasén e Iñaki Martínez de Albeniz, ha de leerse como una muestra de «política en proceso.»
Existe una larga historia apócrifa de la lucha política hecha a golpe de cadera: desde las conspiraciones de las bacanales romanas, pasando por las proto-anarquistas epidemias de baile del siglo XVI o la resistencia a la colonización española ofrecida por los “diablitos” (Nicaragua), las “diabladas” (Bolivia) y los carnavales sincréticos tropicales. Prácticas que, como bien afirma Lucía Jalón, «multiplican las posibilidades de lo real y despiertan una imaginación de operar en los límites del combate, desequilibrando la relación entre actualidad y virtualidad, entre lo hecho y lo que se puede hacer.»
El “coqueteo” entre baile y política no solo viene de lejos sino que atraviesa la historia del siglo XX, experimentando un auge reciente gracias a la rápida difusión que ofrece internet, herramienta clave a la hora de otorgar a los cuerpos en movimiento el papel de un dispositivo político de extraordinaria importancia. Efectivamente, es fácil observar que quien baila se manifiesta en un espacio público, y que una manifestación de protesta es una puesta en escena de articuladas coreografías, las cuales en ocasiones –las más notables los flashmobs que abundan en las redes sociales en la era del meme– encuentran eco en distintas partes del mundo hasta el punto de constituir una red global de comunidades articuladas en torno al baile.
El foco de interés de esta investigación está en esta tensión compleja, entre la sincronía de los movimientos de masas anónimas (los multitudinarios bailes de Macarenas y Gangnam Styles; las coreografías disciplinantes de temas de Michael Jackson impuestas a presos filipinos; los “hard bass mass attacks” de grupúsculos “identitarios”) y las resonancias que fortalecen la liberación de los cuerpos y de las subjetividades proyectadas en el espacio público a través de la música.
Esta profunda complejidad, que lleva a replantear nuestras teorías de la multitud y de los movimientos sociales, conforma un buen número de prácticas resistentes contemporáneas, ya sea frente a la dominación o frente al cambio, a la revolución y a la emancipación del individuo.
En definitiva, se trata con esta propuesta de aproximarnos al baile en el espacio público y como espacio público, como herramienta y entorno de confrontación por la hegemonía, que unas veces es una forma de atenuar simbólicamente la violencia y otras una manera diferente de ejercerla.