Las antiguas praxis de la industria de la sociología están muertas, son un fantasma, más bien un zombi que transita por el mundo haciendo investigación normal sin saber que su cerebro ya es arena, que los apetitosos datos que saborea sólo son carroña, cecina seca, carne de momia.
Los cacharros de ferretería o cirugía que antes usaba esta ciencia para descubrir las tripas de la máquina o inyectar el suero de la verdad en el culo social ya no sirven. La máquina social es una caja negra sin tornillos que desenroscar ni cables que conectar. Además, al paciente objeto y sujeto de estudio, la jeringa con el suero de la verdad en forma de encuesta y preguntología no le hace ya ningún efecto; por su boca solo salen cuentos de serie de televisión o cuentas de la vieja, de la lechera, de bancos intervenidos que están por todas partes. Hoy los gurús de verdad no necesitan preguntar, ni usan “alicates” de encuestas, ni entrevistas. Se sientan delante de la pantalla del ordenador o a mirar la calle y luego van destilando concentrados de “verdad” aprovechando la verdad que circula por el mundo en cataratas de signos y palabras.
La sociedad global, desigual, atroz, difusa, perpleja, veloz, esquizo, gritona, incauta no es silenciosa, vomita sin parar palabras, gestos y acertijos. Además ya no se deja tatuar su sinceridad con infectas preguntas manipuladas para saber porqué, cómo, dónde, cuándo o cuánto. Y, por ello, las personas profesionales de la sociología nos estamos convirtiendo en obedientes voyeurs, mirones, espías, emboscados, mercenarios, paseantes, miméticos, recuperando con curiosidad las praxis de museo, los oficios antiguos de nuestra secta, como el del antropólogo mudo con su cuadernillo de notas, el invitado al festín que disimula y guarda en su memoria la carta entera del menú, el chamán que se droga con la vida de los otros y las sustancias más tóxicas de la realidad más obvia. La investigación de mercado ofrece algunos ejemplos de cómo la metodología sociológica ha variado, pero la doctrina académica parece no haberse dado cuenta.
Begoña Marugán Pintos Socióloga
Ramón Soria Breña Sociólogo