14/05/2015, 12.30-14.00
Esta comunicación tiene como principal interés analizar uno de los pilares políticos con los que se ha fraguado esta sociedad. Sin tener un lugar concreto el amor es buscado, encontrado y experimentado, permitiendo de forma inclusiva desarrollar un conglomerado de discursos y prácticas, que además de pretenderlo y defenderlo lo toma como capacidad universal de lo humano. Por tanto, el amor se le presenta al científico social como objeto que configura las pequeñas cotidianidades y singularidades de los actores sociales. La idea del amor asociada a los proyectos de vida nos lleva a pensar que no podríamos entender esta sociedad biocapitalista si no tenemos en cuenta que este, el amor, se ve atravesado y privilegiado por un mercado que, desarrollando nuevas formas de comunicación, pone al amor en el centro de su discurso. Es por ello que la acción de amar se encuentra dentro de una mecánica de consumo y que a su vez forma parte de un ejercicio político restrictivo de diseño, cuyas normas pertenecen a un orden heterocentrado que desarrolla toda una estética industrial de los sentimientos. El carácter ético-político del amor nos recuerda que su práctica es la encargada de producir, gestionar y controlar emociones, por lo que el amor se nos presenta como un saber hecho por donde pasar el filtro de la experiencia, a la vez que la propia experiencia es supeditada por este dispositivo de control.
La materialización del amor (publicidad, libros, encuentros organizados, platós de televisión) establece que las relaciones, prácticas y lenguajes estén dentro de una relación de mercado, donde no podemos entender lo uno sin lo otro, pues el amor es tanto más verdadero cuanto mayor valor tengan los códigos culturales producidos por los actores dentro de la logística mercantil. Este gran paquete llamado amor se caracteriza por ser totalitario, normalizador, y excluyente, e integra la política del “se tu mismo”, potenciando un creciente individualismo que tanto obsesiona a esta sociedad y su ansiada libertad. Además de lo expuesto, buscamos intercambiar diferentes culturas afectivas como alternativa y resistencia para la construcción de nuevos modos de vida que permitan al sujeto experimentar y compartir lejos de las políticas de consumo.