Sesión Habitares resistentes (II): Tu casa a juicio
11/05/2017, 16.00-17.00
RESUMEN: Si dijéramos que el portal y la escalera de nuestras casas son espacios políticos ante todo deberíamos hablar de un contexto dominado por el hábito. Ese lugar de paso que sirve como intersección y límite de nuestros hogares, al que tradicional (e irónicamente) llamamos “la comunidad de vecinos”, y los rituales que en él celebramos día tras día son el producto de una serie de inercias poco cuestionadas. Mucho se ha dicho sobre otros ámbitos altamente ritualizados, como la pareja o el trabajo, pero ¿qué podemos decir de la política de nuestros vecindarios?
Georg Simmel, al tratar de describir el tipo de personalidad que fomentan las grandes ciudades a comienzos del siglo XX, ofrece un buen punto de partida para entender las inercias que ordenan las comunidades de vecinos en la actualidad: la intensificación de la vida nerviosa y la racionalización de las relaciones sociales repliegan al individuo en una actitud de mayor reserva e indiferencia. Una mayor interacción lleva a los sujetos a enfriar los afectos que despliegan en el vínculo con otros. Además el tipo de vida urbana dificulta un trato basado en la especificidad individual, preponderando un tipo de relación más genérica y anónima. La ciudad, en definitiva, transforma las dinámicas de reconocimiento que desplegamos en la vida cotidiana.
Una mirada atenta a los relatos sobre la vida en vecindad remite a la nostalgia por una experiencia más cálida y una relación de mayor cercanía. Las interacciones en las comunidades de vecinos (no ausentes de conflicto) expresan precisamente un enfriamiento y un contacto cada vez más leve, tal y como se aprecia en los modos de presentación ante los demás, en el uso de mediaciones para gestionar los conflictos (carteles, denuncias…) o en la forma de habitar los espacios comunes. Ello redunda en un mayor aislamiento (especialmente de algunas personas) y una desproveimiento de relaciones de apoyo. De esta manera, las políticas de reconocimiento en los vecindarios reproducen y refuerzan, a través de pequeños gestos cotidianos, asimetrías, desventajas y privilegios que se dan en el interior de los hogares y a lo largo del conjunto de la sociedad.
Ahora bien, ¿qué tipo de resistencias pueden ejercerse ante un poder encarnado en las costumbres aparentemente más inofensivas?, ¿cómo alterar ese juego de fuerzas que somete nuestras coreografías vecinales a la indiferencia y el anonimato? En esta presentación partiremos de la experiencia piloto de La Escalera, un proyecto que pretende fomentar el contacto y las relaciones de apoyo en los vecindarios a través de un simple dispositivo basado en un cartel y un juego de pegatinas que utiliza los buzones como interfaz.
+ info: http://www.proyectolaescalera.org