14/05/2015, 16.00-17.30
El angst o la angustia existencialista que tanto preocupó a seres melancólicos como Benjamin y Heidegger cotiza en las listas de hits. Las discoteques, templos del “toma” y “daca” y de la caza del coito, tienen reservado el derecho de admisión a la melancolía. Éstas, como protagonistas del tiempo libre nocturno, nos prometen altas c(u)otas de felicidad, diversión y diseminación (Dumazedier, 1962). Es decir, en las salas del láser se vende la distracción como exaltación del regocijo (Marcuse, 1955) y no el Crying at the discotheque. Y así, el desgarro emocional de Lykke Li o Lana del Rey, por poner voz al tema, se evacúa en coreografías. ¿Cómo se beatea el lamento al compás de David Guetta? El drama de la diva deja de ser el protagonista, se descuartiza o se resignifica con prácticas como el remix.
(Sería simple culpar a la diferencia del idioma de la lyric como barrera. Entendemos que la letra funciona como suplemento de la melodía, el cual es un significado latente cuya importancia es negociable (Fernández Porta, 2010), puede ser desechado o adquirir un nuevo significado.)
En esta puerta giratoria del lamento, la emoción evoluciona y se reestructura de la intimidad al despropósito. ¿Solo cabe señalarnos como frívolos para presentarnos a los demás o la frivolidad es el dress code que enmascara el angst?