Resumen: En tiempos de pandemia se impone la distancia social para evitar el contagio, una expresión que condensa la situación actual y muestra la tendencia hacia una diferenciación social cada día más agudizada. La idea era no juntarnos, tocarnos o acercarnos físicamente, pero se ha usado un concepto sociológicamente mucho más claro: distancia social, esa que separa a los países pobres (sin vacunas) de los ricos (que explotan las patentes), a los barrios obreros (que están dejando sus cuerpos para atendernos en los servicios esenciales presenciales) y los tecnológico-financieros (que pueden permitirse el teletrabajo o no trabajar), a las personas que cada día más pueblan las colas del hambre y aquellas otras pocas que han aumentado astralmente sus beneficios.
Una distancia social que cada día es más grande, cuando las posibles vías de comunicación entre ella se estrechan. El bloque de los acomodados y bien posicionados no va a dirigirse hacia los pobres y precarios. Les (nos) ignoran, no les reconocen o si lo hacen el trato es de desprecio. Pero, ¿qué sucede cuando las personas situadas en países, barrios, hogares o determinadas variables (sexo, edad, nacionalidad, funcionalidad, etc.) tratan de mejorar su posición y acercarse a los poderosos? Para entrar en contacto con el poder tienes que actuar con mucho tacto.
Actuar con tacto supone tener en cuenta los límites del contacto, de la acción, del mensaje, atendiendo además a los límites de la institución, la organización y la familia. Solo es posible una cierta negociación desde la asunción de subalternidad. Los marcos normativos están prescritos y no se pueden rebasar a no ser que te conviertas en una proscrita, quedando fuera de juego. Pero jugamos con cartas marcadas y por ello es tan difícil la transformación social. Buscar el contacto y negociar el cambio exige tener tacto y este supone asumir la subalternidad y el orden social, porque al romperlo salimos del marco establecido. Nos sentimos obligadas a negociar con tacto para no romper la negociación, pero la negociación de migajas porque no nos permiten molestar. Molestar supone conflicto y el conflicto aleja la negociación. Procediendo así no saldremos de los límites establecidos por esos “otros” en una estructura y una cultura que se reproduce.
Hacer el símil entre el contacto físico y el contacto social permite juegos teóricos. Por ejemplo, la distancia física que se nos impone en forma de falta de contacto ha hecho más evidente la cantidad de ritos de proximidad que encubren y falsean los encuentros. Ahora no se produce el simulacro, o estás conectado o no lo estás, pero no lo encubres con una palmada, un roce, un saludo o besar al aire.
El acercamiento físico lo que hace es simular que estamos en contacto, hay que relacionarse con tacto, pero ¿para qué tanto tacto, tanto simulacro si muchas veces solo actuamos? El mandato del poder es no tocarlo o si se hace hacerlo con tacto, disimulando o similando cierta aproximación pero esto solo les sucede a las colocadas en la base de la posición social, actuando como contrapoder porque, como hemos podido ver, el poder no disimila y actuando así triunfa (Trump, Bolsonaro, Abascal, Ayuso…. ), por tanto, parece pertinente conversar sobre la distancia social y el buen uso del contacto con tacto.