4/05/2016, 10.15-11.00
empíricamente y publicado juntos. Véase en: Nuevos tiempos del trabajo: entre la flexibilidad de las empresas y las relaciones de género (2009, CIS) y Trabajo, cuidados, tiempo libre y relaciones de género en la sociedad española (2015, Cinca).
Sólo existe el deseo y el poder. Polos que niegan su negación, como el no deseo, salvo que se asuma –más allá de la paradoja– el deseo de no deseo y el poder que niega el poder. Sin embargo, en la investigación nos encontramos con huellas de esos espacios intermedios del deseo-de-no-deseo, de no hacer nada: manifestaciones del placer al relatar esa experiencia. Expresiones que surgen sin ser llamadas, ya que la investigación busca la actividad, incluso la multiactividad, el fenómeno lleno. Tal vez sea excesivo denominarlas deseo: placer que puede convertirse en objetivo de la acción.
Partimos de una concepción de la relación en clave de nudo borromeo entre las tres grandes categorías de actividad: trabajos remunerados y estudios, trabajos domésticos y de cuidados, y actividades de ocio. La primera clase de actividades está en el orden de lo simbólico. Es donde se adquiere valor frente a los demás, lo que marca la posición en la sociedad. La segunda clase de actividades está en el orden de lo real. De aquí su tendencia a quedar ocultada, siendo materialmente fundacional. Es la materia de la sociedad. El tercer tipo: los ocios, se han venido configurando en nuestras investigaciones dentro del orden imaginario. Como proyecto. Como tiempo para ganar el futuro, estableciéndose sobre una imagen personal de futuro: un deber y querer ser. Fuera de los órdenes, el deseo de no hacer nada no parece estar en el desorden. Un deseo ordinario que es extraordinario.
El deseo de no hacer nada está lejos de ser una resignación; pero ha de resignarse a quedar fuera de todos los órdenes. Incluso queda fuera de la observación. Pocas son las excepciones. Pongamos el ejemplo de la Encuesta Empleo Tiempo: existe una categoría específica para el no hacer nada, desde donde el no hacer nada queda asimilado a permanecer sentado, reflexionar, relajarse, descansar, esperar, meditar, fumar, tumbarse al sol, pensar, admirar un florero, reponer fuerzas, dejar pasar el tiempo, escuchar a los pájaros o matar el tiempo. ¿Todas estas actividades pueden asumirse como destino del deseo de no hacer nada? Son asimilaciones en las que el nada tiende a convertirse en especies de actividades espirituales –sin codificar-institucionalizar, como, por ejemplo, el yoga o asistir a servicios religiosos– sin actividad física. ¿Dónde incluir estar tumbado en el sofá, viendo la televisión apagada? Es la referencia desde la que nace esta presentación, que tiene su origen en la propia producción sociológica para la observación, lo que nos lleva a una reflexión en tres niveles: epistemológico (¿por qué la actividad de no hacer nada tiende a escaparse a la reflexión sociológica?), metodológico (¿cómo observar el deseo de no hacer nada?) y, el más relevante o sustancial: ¿es el deseo de no hacer nada una fuga? ¿una compensación? ¿una manera de reproducción social? ¿una forma de resistencia? Aparentemente asocial, aparentemente apolítico, profundamente íntimo ¿qué características tiene este deseo?