¡Por los pelos! Minoxidil con gusto sí que pica

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Sesión Artefactos de la (in)comodidad
20/05/2023, 10.00-10.45

ELENA URIETA BASTARDÉS, GUILLERMO JOSÉ JURADO VILLACAÑAS y BIEL NAVARRO LÓPEZ (UCM)

Queremos aprovechar la ocasión para presentar la historia de un dispositivo incómodo para nuestras cabezas: el minoxidil. Una conocida solución tópica para estimular el crecimiento capilar o, al menos, eso anuncian los prospectos de sus distintas comercializaciones.

Su potente efecto vasodilatador provoca un engrosamiento de los vasos sanguíneos, con el consecuente incremento del riego de oxígeno, sangre y nutrientes, el abono de nuestros folículos. Si uno no se para a mirar atrás, pareciera que el bote de minoxidil siempre ha estado ahí, aguardando en el estante del boticario, quizá susurrándonos que no hay por qué aceptar la condición de alopécico o lampiño. Pero, hace unas décadas que nuestro amigo Bruno Latour nos invitó, entre otras cosas, a rescatar las historias de los objetos cuando estos se retiran a un segundo plano. Resulta que si removemos algunos archivos y documentos, encontramos que el propósito originario del compuesto minoxidilo era servir de remedio a la hipertensión. Esto fue allá por los años 50, cuando la alopecia aún no era considerada un problema, al menos uno que mereciera solución. En el laboratorio Upjohn pharmaceuticals, hoy absorbido por Pfizer, quedaron atónitos al ver hordas de hipertensos luciendo la cabellera del entonces aclamado Elvis Presley. O así lo imaginamos nosotros.

Decidieron entonces darle una vuelta de tuerca al asunto y, poco a poco, el bote de minoxidil acabó funcionando como una tecnología de género y salud. Usualmente prescrito como primer remedio para la alopecia androgenética, aquella causada por la acción de la testosterona en nuestro cuero cabelludo, sirve para alejarnos de ciertas indeseables condiciones. Básicamente, la del hombre prematuramente calvo y la de la mujer que no luce amplia melena. De otras expresiones de género el modelo biomédico no da cuenta. Vemos pues que, como otros fármacos, este dispositivo despliega una multiplicidad de incomodidades políticas, mantiene un poder sobre el cuerpo, pero al mismo tiempo posibilita ciertos agenciamientos. A este respecto, os traemos tres testimonios del contacto bruto con la pegajosa sustancia. Estos, por supuesto, nada tendrán que ver con los tres ponentes que los narran porque, si así fuera, nos sentiríamos irremediablemente incómodos.