28/05/2022, 18.00-19.30
RESUMEN:
“La noche es más larga que la muerte»
Manuel Moneo Lara, El Torta
Mientras una catedral permanece clavada en su época, (…) una canción salta de pronto de ese ayer a nuestro instante”. Partiendo de esta premisa analítica propuesta por Federico García Lorca en 1928, nos hemos enredado en la investigación del campo cultural de los cantes flamencos como anarchivo de un pasado continuo. Lejos de dar lugar a una mera documentación de lo pretérito, los anarchivos son mecanismos de feedforward: si el feedback remite a una retroalimentación, el anarchivo alimenta, sobre todo, lo porvenir.
De manera similar a los tiempos en los que las primeras arcillas de los cantes flamencos se fueron cociendo, nuestro tiempo se consolida como un escenario barroco que lo es no solamente por la densidad de planos que se yuxtaponen en un presente de estructura y fenomenología extraordinariamente recargada, sino por la existencia de una gama de analogías imaginables que nos llevan hasta los siglos XVI y XVII. En lo cantes se refugian, precisamente, señales de ese pasado continuo que, además de recordarnos que el presente nunca es idéntico a sí mismo, no regalan materiales con los que preguntarnos acerca de modos de vida y formas de expresión capaces de desertar en un régimen de hipernormalización: una realidad que se reproduce a partir de la tensión entre certeza en el carácter fallido del modelo, para el que nadie es capaz de imaginar una alternativa, y fingimiento cotidiano consistente en hacer como si no ocurriera lo que de por sí está ocurriendo.
Desde los ramilletes de genealogías que, lejos de la idea de origen, se han construido en el flamenco a partir de la invención y la fabulación, hasta las bandas proscritas y las comunidades errantes originarias que sembraron formas de saberes sensibles y dionisíacos anclados en lo más ordinario, pasando por la centralidad de las hibridaciones y de las desobediencias a los órdenes normativos emanados de la idea de pureza, los cantes flamencos expresan una perplejidad ante el mundo que se le ofrece a nuestros días como posición epistemológica extraordinariamente congruente. Lole y Manuel lo resumieron de manera sucinta:
“De lo que pasa en el mundo por Dios que no entiendo na.
El cardo siempre gritando y la flor siempre callá”.