Arquitectura, colores y pelos (1)

por Miguel Mesa del Castillo Clavel

Cleo Center (Cieza)

Cleo Center (Cieza)

Las peluquerías de barrio, en hora punta y en temporada de bodas son un espectáculo arquitectónico grandioso. Para mí probablemente no haya un lugar tan fascinante como un “salón de belleza” para señoras. En ellos se pone en escena una impresionante combinación de luces, espejos, fotografías de peinados, secadores, papelillos de plata, revistas del corazón, colorantes, olores, humos, bacinillas, sillones, rulos de colores, gorros de plástico, carritos de herramientas extrañas, mandiles, capas protectoras, conversaciones a gritos para hacerse oír por encima de los secadores, tijeras, cuchillas, etc. No en vano Mario Bellatín, en uno de sus libros más conmovedores, convirtió uno de estos salones en un lugar de santidad.

Gorro térmico

Gorro térmico

Las pelus son auténticos arsenales de inspiración en los que se hace visible la asociación de vida cotidiana y alta tecnología que se manifiesta tanto en dispositivos sci-fi como los cascos de secado y los gorros térmicos, las butacas o los tocadores, como en la enorme variedad de productos químicos que desprenden olores de amplio espectro; desde la sosa cáustica para el alisado japonés (que huele a rayos) hasta fragancias mareantes de pachuli y de vainilla. En esta sofisticada representación el capítulo correspondiente al empleo del color en sus escenarios no es menos importante que el de las tecnologías, la música de fondo o los cosméticos.

Hasta aquí, todo sería estupendo, pero lo que pasa casi siempre es que los diseñadores de peluquerías se pasan por el forro cualquier ortodoxia respecto al color; ni el psicologismo de Rudolf Arnheim, ni el socialismo de Bruno Taut, ni el espiritualismo de Joseph Albers y Kandinsky, ni nadie: el color de las paredes de las peluquerías no encaja en ninguna teoría, y por lo general los revestimientos cromáticos de los salones de belleza son obstinadamente desobedientes a las propuestas “cultas” de las tendencias y teorías arquitectónicas. Probablemente por eso las peluquerías, a menudo depositarias del estigma de lo que podría llamarse “mal gusto de interiorista”, han sido muy poco apreciadas por los arquitectos “serios”, que han ignorado de este modo el enorme valor escenográfico (como ya han sabido ver los autores de teatro) y la prodigiosa cotidianidad arquitectónica que a mi juicio despliegan muchas de ellas. Los efectos fisiológicos de la luz, la psicología del color, los estudios de la percepción, los sistemas de clasificación o las más o menos exóticas “terapias” y feng-shuis, dan cuenta de la ingente producción teórica que ocupa el asunto cromático. Y es que obviamente el empleo del color tiene también sus formas de autoridad científica bien arraigadas.

No es que yo quiera poner en duda la valía de las investigaciones ni la importancia del color en cada uno de los ámbitos de la ciencia, del arte o de la cultura en general que han ofrecido sus aportaciones a la práctica arquitectónica (menos aún ahora que se nos viene encima una ley de servicios profesionales seguramente catastrófica para la arquitectura), pero aunque no se trate aquí de discutir la importancia de la manualística especializada sobre el color en arquitectura  -que digo yo que debe de ser tan extensa y variada como la propia historia de la disciplina- sí que podemos hacernos algunas preguntas acerca del tipo de representaciones y formas de autoridad que se establecen en torno al uso expertizado de los catálogos y rampas de color legitimadas por los consensos disciplinares. Probablemente, como a menudo pasa en los contextos especializados, tanta solvencia técnica y tanta autoridad científica enmascara otras cuestiones que no son insignificantes.

Peluquería Oh My Cut (Murcia)

Peluquería Oh My Cut (Murcia)

Sin duda el color en arquitectura es un temazo. De entre los tratados y manuales del color en arquitectura que yo conozco el más pureta para mi gusto es el de Bruno Taut, por otro lado un arquitecto fascinante y una de las grandes figuras del Deutscher Werkbund, políticamente comprometido con la educación del pueblo (o de las masas, ya estamos tocando las bolas con la masa) a través del arte y la arquitectura. El bueno de Bruno escribió varios libros en los que ofrecen una serie de principios pedagógicos para enseñar (dice él) a la gente a vivir mejor (uno de ellos incluso dedicado a “las mujeres” así, en general, para ayudarles a gestionar mejor el hogar O_o). Una vocación de servicio social por otro lado compartida por muchos arquitectos de la modernidad y no exenta, en el caso de Taut, de cierto espiritualismo: “El color es la puerta del alma”, dice poniéndose trascendental, que es cuando a mí me dan picores. De cualquier modo, al menos en el caso de Bruno Taut el color tiene también una función social.  A lo mejor va a ser de ahí de donde nos viene a nosotros, los arquitectos de la posthistoria, la extravagancia de notificarle a todo el mundo de qué color tiene que pintar su casa, por dentro y por fuera. En realidad, a mi me parece que igual que sucede con la tipografía (en el caso, por ejemplo, de la vilipendiada Comic Sans, protagonista de un post reciente en este blog), lo que ocurre es que determinados catálogos de color impulsan formas de hegemonía cultural que ejercen sobre los profanos (sobre las masas, y dale) aquellos elegidos que poseen el conocimiento especializado de las cartas cromáticas convenidas a través de un dispositivo de enorme poder de diferenciación social como es el “buen gusto”, lo reconocible por ciertas pertenencias de clase o por ciertas aristocracias. Es decir, que el color también contribuye a la fabricación de prestigio, a la representación de ciertos rituales de pertenencia, y a la estratificación de la sociedad.

En algunas cartas de color molonas están representadas también muchas presunciones que refuerzan la hegemonía del buen gusto, de lo adecuado, lo aristocrático… que lastra la arquitectura como tecnología relacional. Porque el empleo “culto” del color favorece la visión de los edificios como admirables entidades ontológicamente autónomas y desconectadas de las prácticas a las que dan soporte. A ver: ¿Por qué va a ser forzosamente feo el color de las peluquerías? ¿Qué significan las epidemias de colores por temporada? ¿Por qué los arquitectos “elegantes” no usan casi el color en sus obras? ¿Por qué se visten tan de color “pardo” muchos arquitectos? En definitiva: ¿Es garrulo el color? ¿Es posible decir que unos colores son más horteras que otros?

Peluquería Libra (Murcia)

Peluquería Libra (Murcia)

Lo que se presenta pues con el color peluqueril es una amenaza: ¿Qué sería de nosotros los arquitectos si no nos dejaran ni siquiera elegirles los colores a la gente? Yo por si acaso me voy ahora mismo de peluquerías a hacer un plano de la ruta por los salones de la mecha de mi barrio, con mi carta NTCS, mi ColorPicker y el AroundMe instalados en el iPhone a hacer un rastreo situacionista y catalogar los colores predominantes en las peluquerías que tengo más cerca. El epicentro de la deriva será mi casa, más que nada para no tener que desplazarme mucho, que en Murcia han dejado abierta la puerta del infierno y hace demasiado calor para trabajos de campo serios. Ya os contaré lo que aprendo.

Murcia, Junio de 2013

Miguel Mesa del Castillo Clavel (@filoatlas), además de extra-ordinario, es arquitecto. Tras su periplo italiano reside en Murcia y es docente de Proyectos Arquitectónicos en la Universidad de Alicante. En diciembre de 2012 se doctoró con la tesis Víctimas de un mapa. Arquitectura y resistencia en el tiempo de la cultura flexible. No te pierdas su su tumblr. Y si te quedas con ganas de más, puedes ver su intervención en el Encuentro de Sociología Ordinaria y en el Parlamento de Hänsel y Gretel.

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Acerca de sociologia ordinaria

Aprendiendo de lo banal, lo frívolo y lo superficial
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